LA CIENCIA POLÍTICA
Nuestra profesión, la Ciencia Política, ha sido muy
manoseada casi desde sus inicios. Brujos y hechiceros pretendieron hacer
alquimia, predicciones con bolas de cristal, y torturaron a gobernantes y plebe
con textos terriblemente aburridos sobre buenos y malos gobiernos –desde una
supuesta cientificidad probada, que venía de supersticiones religiosas-. Tuvo
que llegar Nicolás Maquiavelo para desacralizar la política, y ni así logró (la
ciencia) despojarse de todas las supercherías que la maniataban.
Sicilia española
Pero con el paso del Medioevo renacentista a otro aún más
mercantilista, Tomás Hobbes situó a dios en el Estado y el Gobierno, y el
decisionismo se quitó su pátina agustiniana para enseñarnos que el gobernante
ejerce la representación de la sociedad por medio del Estado. Este pensamiento fue
reforzado –luego de que Locke liberalizara las ideas contractualistas- por los
ilustrados: J. J. Rousseau y Montesquieu; el último –sin hablarnos de contratos
ni pactos- nos regala las ideas de la independencia de los poderes
equilibrados.
Los clásicos modernos (Marx, Engels, Luxemburgo, Weber,
Lenin, Gramsci y Trotsky, Parsons y Duverger, por ejemplo), nos enseñan a leer
la sociedad de los siglos XIX y XX; los intelectuales de los Derechos Humanos (Ortega
y Gasset, Arendt, Bobbio, Habermas, Dahl, etc.), y los comunitaristas y
liberales norteamericanos (que terminaron con J. Rawls y otros/as autores/as coincidiendo en un republicanismo radical de tipo liberal), nos marcan el camino para leer el Nuevo siglo con la esperanza de consensos democráticos reales y posibles.
Arco del Triunfo - Lisboa
Pero la epistemología continuaba siendo ciencia oculta para
algunos/as hasta que K. R. Popper abrió la sociedad y las mentes. Sin embargo,
cualquiera que lea El Político y el
Científico con Weber, ya adivinaba que los cientistas políticos no
predecimos, no hacemos futurología. Nos limitamos –como mucho- a trazar
posibilidades ante diferentes opciones que el gobernante debe definir de manera
más democrática o más autoritaria. Y esto último no es lavarse las manos; para
los seguidores de la Tesis XI, debemos aclarar que –en tanto políticos- algunos
podemos proponer y elegir a la par, pero desde la humildad de saber las
limitaciones que tiene nuestra Ciencia. Unas limitaciones que -a la par- la
engrandecen: no hacemos futurología, eso lo dejamos para la ciencia ficción.
Es importante el estudio de la epistemología de la política, pero la verdad es que ahora a mí me preocupa más el estudio de la acción política. Están ligadas, claro, pero me parece que ahora lo que tenemos es un problema no de conocimiento -que lo hay y mucho- sino de praxis.
ResponderEliminarMe parece que el problema de nuestras queridas ciencias sociales ante por ejemplo la crisis que atravesamos es su aplicación. Díganme ustedes para qué nos sirven la ciencia política o la sociología para lograr una praxis menos tóxica que la que nos ha traído hasta aquí y para una praxis acertada que nos haga salir de aquí.
¿La búsqueda de la objetividad es lo correcto? Bueno, no hay nada más subjetivo que la praxis. Entonces ¿sólo podemos hacer ciencia, pero no arreglar el mundo? ¿sólo desde la objetividad hacemos lo correcto? ¿no se puede hacer una praxis correcta?
Weber y su ética son grandes, enormes, pero la formulación a posteriori no nos permite una aplicación, una praxis previa que hubiera encaminado las cosas de otra forma. Vamos, que como véis me preocupa cómo aplicar todo el conocimiento que acumula el ser humano y la ciencia para salir de los problemas reales de la gente. Más que la posibilidad del conocimiento, me preocupa la posibilidad de su aplicación para hacer un mundo mejor.
Me remito, estimado colega, al debate en el Grupo del Colegio de Ciencia Política y Sociología de Euskadi.
ResponderEliminarAbrazos.