lunes, 18 de febrero de 2013

GUAJE Y LA CORRUPCIÓN



09/02/13 “Esto funciona así”: Anatomía de la corrupción en España
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Publicado en Letras Libres (http://www.letraslibres.com)

¿Cuáles son los mecanismos institucionales y mentales que hacen posible la corrupción?
Tras estudiar numerosos sumarios judiciales y extraer de ellos las actitudes y las frases más
recurrentes, Fernando Jiménez y Vicente Carbona diseccionan en este ensayo los motivos
que impulsan a los políticos, los empresarios y a la sociedad a incurrir y aceptar la
corrupción.
¿Cuáles son los mecanismos institucionales y mentales que hacen posible la corrupción?
Tras estudiar numerosos sumarios judiciales y extraer de ellos las actitudes y las frases más
recurrentes, Fernando Jiménez y Vicente Carbona diseccionan en este ensayo los motivos
que impulsan a los políticos, los empresarios y a la sociedad a incurrir y aceptar la
corrupción.
Es indudable que los verdaderos expertos en la corrupción son quienes la practican. Por esa
razón, el análisis de este fenómeno nunca podría estar completo si no prestamos atención a
estos actores. En este texto nos vamos a aproximar a las actitudes, las percepciones y los
valores de quienes practican estas actividades delictivas. Para ello, utilizaremos un tipo muy
especial de material empírico. El considerable aumento en los últimos cinco años de
investigaciones judiciales sobre la corrupción en nuestro país nos permite contar con una
base de datos especialmente rica para analizar los mapas mentales de estos actores. En
concreto, las grabaciones policiales de muchos intentos de soborno constituyen un material
privilegiado para llevar a cabo un análisis de aquello que tienen “los corruptos en la cabeza”
cuando se proponen cometer estos delitos.
En este texto hemos seleccionado una (corta) serie de fragmentos de estas conversaciones
que son suficientemente representativos para ilustrar lo que podemos llamar el “imaginario
de la corrupción” en España.

I. EL IMAGINARIO DE LA CORRUPCIÓN
¿Qué tienen en la cabeza los corruptos cuando llevan a cabo actividades presuntamente
delictivas? El análisis de una información como esta enriquece nuestra aproximación al
fenómeno de la corrupción. Al final, son los individuos quienes otorgan un determinado
significado a sus acciones y quienes deciden qué tipo de elementos del entorno en el que
actúan se convierten en incentivos que les estimulan a llevar adelante determinados
comportamientos. Como afirma Mark Granovetter cuando critica los enfoques económicos
de la corrupción de la “Teoría de la Agencia”, aunque estos modelos explicativos “puedan
ser razonables si permanecen constantes todos los demás factores, en la práctica
infradeterminan los resultados posibles porque abstraen los aspectos sociales de la forma
en que los incentivos se convierten en tales y de la manera en que los actores les dotan de
valor y de significado”.
Por tanto, para no caer en la debilidad denunciada por el sociólogo de Stanford, es
conveniente utilizar material empírico. Después de leer un buen número de sumarios
judiciales sobre delitos de corrupción, creemos que estamos en condiciones de condensar
ese imaginario de la corrupción en cinco elementos (tabla 1). Los entrecomillados son
expresiones literales extraídas de tales conversaciones.
1. Los frutos de la corrupción: el bolsillo y otros fines
El primer elemento del imaginario son los fines perseguidos por la corrupción. El fin principal
suele ser el enriquecimiento ilícito, pero generalmente de manera instrumental aparece un
segundo fin relacionado con este: la financiación de las campañas electorales. Para poder
enriquecerse ilícitamente con la “venta” de determinadas decisiones públicas es necesario
previamente haber alcanzado una posición de poder público. Para ello, en el caso de
puestos de elección pública, es necesario invertir en el coste de una campaña electoral con
la que asegurar que se va a alcanzar la posición de poder deseada.
Una conversación ampliamente conocida, publicada en su momento en la prensa [9],[1] nos
sirve para ilustrar estos extremos. Tuvo lugar en Orihuela entre Ángel Fenoll –un empresario
del sector de las basuras, que es uno de los grandes protagonistas del Caso Brugal– y un
entonces concejal de un grupo político minoritario del Ayuntamiento de Orihuela, el Centro
Liberal, Jesús Ferrández.
Ángel Fenoll es de extracción humilde. Empezó recorriendo las aldeas alrededor de
Orihuela en un carromato con su padre recogiendo las basuras. Hoy sigue trabajando en ese
sector, pero en una posición mucho más acomodada. Ángel Fenoll grabó esta conversación
en febrero de 2006. De hecho, por lo que se sabe del Caso Brugal, probablemente ha
grabado todas las conversaciones que ha tenido con políticos.
En la conversación, Ángel Fenoll está prometiéndole al concejal su apoyo económico en lo
que necesite, siempre y cuando el concejal cumpla con su parte del trato, que en este caso
era tratar de obstaculizar una contrata de basuras que había hecho el Ayuntamiento de
Orihuela y que se había adjudicado a un competidor de Ángel Fenoll. Se trataba de
denunciar ese concurso, obstaculizarlo, y volver a sacar a concurso esa contrata.
Ángel Fenoll: Cuando llegue el momento antes del Pleno...
Jesús Ferrández: Si yo no quiero nada, tú paga la campaña.
Fenoll: Ya, ya... Que sí... Que te lo digo para que tengas confianza al 100%...
Una campaña al estilo americano.
Ferrández: Al estilo americano no, una campaña que podamos sacar ocho o
nueve concejales... Yo quiero que estos [PP] no gobiernen solos, que si nosotros
decidimos después, decidimos nosotros [CL].
Una de las constantes en estas conversaciones suele ser la financiación de las campañas
electorales y, a veces, de las propias organizaciones de los partidos, algo que constituye un
verdadero agujero negro en la democracia española. En este caso, el concejal dice no
esperar nada más del empresario que el pago de la campaña. Este, seguramente llevado
por el entusiasmo del momento, le promete no solo que lo hará sino que tendrá una
campaña “al estilo americano”... en Orihuela. Obviamente el realismo del concejal se
impone. No necesita globos de colores ni sombreros panamá, sino tan solo asegurarse un
número de concejales suficiente para que el partido mayoritario, sea el que sea, dependa de
sus votos para conseguir la alcaldía. ¿Qué necesita por tanto el concejal? La conversación
entre ambos prosigue:
Ferrández: Nosotros, con cincuenta votos de La Murada, veinte de La
Aparecida... Nos sobra, no tenemos que sacar mayoría absoluta, con sacar un
par de concejales más ya está, no tenemos que ganar las elecciones. Y si
nosotros tenemos la suerte...
Fenoll: Tienes la llave... Ellos tienen que entenderse contigo, ellos quienes
sean...
Ferrández: De eso se trata. Además tú lo sabes... Yo eso de ser alcalde me la
suda. Yo lo que quiero es mangonear por detrás. Si el que se ha equivocado
conmigo ha sido Medina [el entonces alcalde de Orihuela]. Podría haber sido el
tío más feliz del mundo, teniéndome a mí mangoneando por detrás, es lo que
más me ha gustado siempre. A mí eso de los discursos me la suda.
Están hablando, aunque no explícitamente, de que se trata de comprar votos. De hecho,
existen varios fenómenos registrados de compra de votos en esa zona, no solo en Orihuela,
sino que también ha habido casos denunciados en la provincia de Murcia y hasta hay una
reciente sentencia de la Audiencia Provincial de Murcia que ha condenado [10] por esta
práctica al alcalde de Fortuna. Lo importante, por tanto, no son los globos, sino asegurar la
posición de poder necesaria: no una mayoría, sino “tener la llave”, condicionar el
establecimiento de una mayoría de gobierno en el Ayuntamiento. Lo de menos es gobernar,
lo decisivo para este concejal, tal y como dice en esa perversa oda a la vocación política con
la que termina este fragmento, es “mangonear por detrás”.
Pero ¿para qué necesita este político asegurarse esa posición de poder? El siguiente
fragmento de esta conversación es suficientemente explícito.
Ferrández: Nada más que mangoneemos un poco y cogiendo un par de PAUS
de cuatro millones de metros cuadrados ni basuras ni la puta que las parió.
Fenoll: Es verdad, sí.
Ferrández: De qué estamos hablando. Se pueden ganar miles de millones con
un PAU de tres millones de metros cuadrados. Tú calcula que los tres millones
son millón y medio de metros cuadrados y la media entre el suelo y lo que gane
de las viviendas, ponle como mínimo un beneficio de 20.000 pesetas el metro
cuadrado: Salen 30.000 millones de pesetas, que es lo que están ganando esos
hijos de puta.
Fenoll: Están ganando todo el dinero del mundo.
Aquí aparece el otro fruto buscado por la implicación en actividades de corrupción. Uno era
“finánciame la campaña” para tener “la llave”, para ser clave en la toma de decisiones en el
Ayuntamiento, y una vez que consigan eso, ¿para qué quieren el poder? Hasta el momento
solo hablaban de contratas de basura y de campañas electorales. Pero, claramente, lo
importante en el contexto temporal de los años del boom inmobiliario es tener el control
sobre el desarrollo del suelo en el municipio. La velocidad con la que calculan el rendimiento
de estas operaciones es suficiente evidencia de cuáles son los objetivos que pretenden
realmente desde la posición de poder a la que aspiran.
La disposición que muestra el empresario de las basuras para saltar desde su sector al
inmobiliario explica también buena parte de los comportamientos que llevaron a muchos
empresarios a abandonar los sectores en los que trabajaban tradicionalmente para operar
en el sector inmobiliario. Como se ha demostrado, esta ha sido, a la larga, una apuesta
realmente ruinosa para la estructura económica de nuestras comunidades. El pinchazo de la
burbuja inmobiliaria ha supuesto la desaparición de un elevado número de empresas que
llegaron a la promoción inmobiliaria desde sectores productivos que seguirían siendo
perfectamente sostenibles desde el punto de vista económico en la actual etapa de crisis.
[11]
2. “Tener la llave”: el cargo como oportunidad
El segundo elemento del imaginario gira alrededor de la idea de que el ocupante del cargo
público se encuentra en la posición clave para tomar la decisión pública necesaria que
permite el negocio corrupto. En todas estas conversaciones grabadas por los cuerpos
policiales aparece constantemente, como ya hemos visto en uno de los fragmentos
anteriores, la expresión “tener la llave”. La ocupación del cargo público adecuado es vista
como una oportunidad para el enriquecimiento ilícito de su ocupante.
La conversación elegida para ilustrar este elemento del imaginario tuvo lugar en Camas, en
la provincia de Sevilla, el 12 de septiembre de 2005. Fue grabada, con la ayuda de la
policía, por una concejal que luego denunció el intento de soborno al que se vio sometida. La
concejal pregunta en un determinado momento:
Concejal: ¿Qué recibiría yo?
Intermediario: ...Pues resolver tu vida, la de tus hijos, y la de veinte
generaciones tuyas [...] Esto es un filón. Esto es oro, oro y oro.
Concejal: La corrupción la he visto pasar siempre tan de lejos. No creí que me
iba a coger tan de cerca.
Intermediario: A todos nos llega la hora. A ti te ha llegado ahora. Yo voy a lo
mío. No sé si vienes a sacarme información. Pero yo quiero hacer. Yo tengo unos
señores que tienen unos intereses ahí. Te estoy hablando claro. Y tenemos la
oportunidad de resolver nuestra vida para veinte generaciones, la tuya y la mía.
Están hablando de lo que la concejal recibiría a cambio de ofrecer el voto decisivo para
poder llevar adelante una serie de planes urbanísticos en el municipio de Camas. El
intermediario no puede ser más directo a la hora de describir la oportunidad que “tener el
cargo” representa en el imaginario de la corrupción: resolver tu vida y la de veinte
generaciones tuyas. Como en un buen western, el intermediario deja una frase lapidaria
sobre lo que parece la inevitabilidad de la corrupción: “A todos nos llega la hora.” El cargo
que ocupa la concejal y su voto decisivo en el Pleno son la llave para obtener el filón del oro.
Siguiendo con el segundo elemento, el del cargo público como oportunidad, una segunda
ilustración corresponde a una conversación que tuvo lugar el 5 de junio de 2008 en Arrecife
(Lanzarote), entre un consejero del cabildo de la isla y un intermediario que viene a pedirle
que desbloquee un plan urbanístico recurrido por el cabildo ante la jurisdicción contenciosa y
por la vía penal, a iniciativa de este mismo consejero. Esta conversación completa
representa una antología de la corrupción.

La conversación dura aproximadamente una hora y media. La grabó el consejero cuando
supo que iba a ser objeto de un soborno. Esta grabación ha iniciado una investigación
judicial aún en marcha, tras acumularse una impresionante cantidad de información.[2]
En este primer fragmento de la conversación, el intermediario se refiere a un proyecto
urbanístico en que el consejero le asegura que “ahí nadie se llevó nada”. El intermediario no
da crédito a eso, y le dice:
[...] y tú imagínate que hubieras trincao un 5 o 10 de todo el proyecto ese, ¿qué
pasa?, y es que te digo una cosa, si no lo hicieras, si no lo hicisteis tú o la
persona que tenía en ese momento la llave es que son gilipollas, te lo digo
sinceramente, es que son gilipollas, porque se creen ustedes que van a estar
aquí toda la vida, que la política es itinerante [sic.], que esto no es un contrato
fijo de trabajo, tú lo sabes, es que es así [...] Entonces tú te vas a mantener ahí
tres años, garantizar tres años. La próxima, mira, tío, no lo sé, porque dentro de
la maquinaria de ustedes unos cuantos que quieren quitarte a ti para ponerse
ellos [...] Es que quieren tu puesto, quieren tu puesto, eso es lo que hay,
entonces, tienes tres años. Pero vamos, yo no te voy a decir a ti lo que tienes que
hacer, que tú eres un tío bastante inteligente. Tú deberías amarrarte bien, y
amarrarte bien, y amarrarte bien. Garantizarte tu futuro.
El mensaje es evidente: la competencia para hacerse con el cargo y con el aprovechamiento
económico que puede tener aparejado no está ni siquiera fuera del partido, sino que el
peligro viene del fuego amigo. “Eso es lo que hay.” Si eres inteligente, sabes que necesitas
“amarrarte bien” (aprovechar el cargo mientras lo disfrutes) para garantizarte el futuro porque
el desempeño de los cargos públicos no es para siempre.
2.B. “Si no lo haces, eres gilipollas”
El segundo elemento del imaginario de la corrupción tiene un corolario. No es solo que
cuando se disfruta de un cargo público en el que se tiene la llave hay que aprovecharlo, sino
que si dejas de hacerlo no es porque seas un tipo íntegro, sino porque eres tonto o, como
suelen decir los corruptores en estas conversaciones, “gilipollas”. La justificación que dan los
corruptos para afirmar que quienes no se aprovechan del cargo público no son dignos de
respeto se basa en dos razones. La primera es que, de todas formas, “todo el mundo
pensará que lo estás haciendo”, así que, si vas a quedar como un corrupto, al menos que
sea con fundamento. Este primer punto queda de nuevo magníficamente ilustrado en la
conversación canaria. El intermediario dice:
Claro, o sea lo que es de gilipollas, es que eso vaya p’alante, y ahí nadie haya
trincado nada [...] en un proyecto que es [...] tela marinera. ¿Qué quieres que te
diga? Pues si no han trincado nada ahí, no lo entiendo, sinceramente no lo
entiendo [...] Como todo el mundo sabe lo que hay, que es imposible que no se
haya hecho nada ahí.
La segunda razón es que “si no lo haces tú lo hará otro”. Es absurdo hacerte el héroe de la
integridad, porque siempre habrá otro dispuesto a dejarse comprar, así que aún te sentirás
más tonto por no haber aprovechado la oportunidad cuando la tuviste. Según explica el
intermediario a la concejal de Camas:
Esta gente te va a montar un negocio y no vas a tener que trabajar más. Y si no
lo haces tú, lo hará otro.
Esto recuerda la frase que Francisco Hernando Contreras, El Pocero, le dijo al alcalde de
Izquierda Unida que paró el desarrollo de la enorme ciudad dormitorio de Seseña[3]: “Tú
eres tonto. Eres el único alcalde honrado de España.”
Volviendo a la conversación de la isla canaria, el intermediario expresa con rotundidad esa
visión sobre la inevitabilidad de la corrupción y la disposición a la misma de quienes
participan en la vida pública. Tras una larga (y espeluznante) narración a cargo del
intermediario de numerosos casos de corrupción en la isla en la que nombra directamente a
un buen número de conocidos políticos de todos los partidos, el consejero del cabildo
reacciona con ingenuidad y el intermediario no le da opción:
Político: Aquí el más tonto hace relojes, ¿no?
Intermediario: Tonto aquí, yo no veo ninguno. Yo el día que me presentes a uno
te doy una medalla.
Político: El primer tonto soy yo, parece hay alguno despistao.
Intermediario: No, tú no eres tonto, lo que pasa es que acabas de entrar
también ¡joder!, llevas poco tiempo, ¿no?
Es decir, los rasgos de integridad, o más bien de estulticia por no aprovechar las
oportunidades que brinda el cargo público, son, a juicio de este intermediario, pasajeros,
fruto únicamente de la poca experiencia en la vida política y, por tanto, un sarampión que
pasa muy pronto.
3. “Además, no te va a pasar nada”
El concepto de la impunidad es un elemento poderoso en el imaginario de la corrupción. Las
reglas del juego corrupto son sencillas, “la Biblia está escrita desde hace tiempo”, según el
intermediario de la conversación canaria en otra frase digna de ser esculpida en mármol:
¿Cómo se hace eso? Pues muy sencillo. Tú, que eres el personaje público, ni
apareces. Entonces, por ejemplo yo [con el promotor] hago un contrato, ese sí que se
hace público, una cosa 100% legal, de un porcentaje en el que figura que [el
intermediario] tiene un porcentaje en esta sociedad, luego yo contigo, si tú quieres,
hago un contrato privado –el contrato privado vale igual que uno público–. Tú tienes tu
copia y la guardas, que de la parte mía el 50% es tuyo, y ya está. Eso no tiene por qué
aparecer jamás en la vida, jamás. Cuando tú termines todo tu bagaje y tal y cual, que
no va durar mucho o cuando tú quieras, eso se llevará a escritura pública y ya está [...]
Así es como se hace, ¿entiendes? [...] Con cosas privadas tú no vas a ver nada, eso
se amarra bien y no hay problema, eso te lo digo yo [...] La Biblia está escrita desde
hace tiempo [...]
Esta operación, si sale, va a salir de puta madre, ya lo verás. Cuando tú te encuentres
con una cosa de esas, si quieres voy yo y lo arreglo, o sea, tú no tienes ni que
aparecer. Si a ti te viene mañana [el promotor]... ¡Coño! ¿Cómo podemos
desbloquear este tema tal y cual? Tú me llamas [el intermediario], vete con él [el
promotor], escucha lo que te dice, y luego yo hablo con él: esto lo podemos
desbloquear, pero ¿cómo queda la cosa? Y ya está, tú no apareces por ningún lao,
por ningún lao [...]
El blanquearlo es muy fácil, o sea a mí me dan mañana mil millones de pesetas, me
dicen: “Mira tengo mil kilos en, no sé, Islas Caimán o..., tráetelo p’acá y lo tienes
blanqueado en dos años.”
En este caso, el intermediario le explica al político cómo hacer el pago del soborno
garantizándole toda la opacidad posible para que no deje huellas. Además, en lo que
constituye toda una reivindicación profesional del papel del intermediario, este aprovecha
para ofrecerse al político para que pueda llevar a cabo este tipo de operaciones con
cualquier clase de empresario interesado. Incluso aprovecha para asegurarle que el
blanqueo del cohecho es una operación simple en la que ya tiene experiencia. Aunque en
esta conversación no se advierte, en muchos otros casos, uno más de los servicios
ofrecidos por los intermediarios de la corrupción es el de “comerse el marrón”, de ir a la
cárcel antes que descubrir quién fue el destinatario último de los pagos.
[12]

4. “No vayas a joder al pueblo”
Ampliar el número de beneficiarios de este tipo de intercambio parece ser otra de las
principales reglas del juego entre corruptos, al menos entre los más avezados en estos
negocios. La conversación de la isla canaria vuelve a servirnos una ilustración de este
elemento del imaginario. Tras poner algunos ejemplos de políticos corruptos a los que
perdió la avaricia, el intermediario advierte al político:
No vayas a joder al pueblo, o sea lo que es estúpido es que en el [barrio
popular], tú no le dejes hacer casas [...] Claro, tú tienes que ser generoso, a la
gente del pueblo ponle lo que quiera a [barrio popular] dos plantas, y en [otro
barrio] otra planta más pa esa gente para que lleve a la familia y que se
beneficie todo el mundo y después de tres o cuatro operaciones gordas que hay
[...], empresas privadas con dinero y tal, a la gente no le importa mientras [...] tú
hagas cosas por el pueblo. Lo que no puedes hacer es to pa mí, to pa mí y que
se joda el resto del mundo, entonces te joden vivo.
El mensaje es que, si eres un depredador, no vas a poder disfrutar mucho tiempo de la
ocupación del cargo público que permite acceder a estos negocios. Por eso, el truco se
juega a esa carta: “No vayas a joder al pueblo.” Esta es la condición de posibilidad para ser
un corrupto con permanencia en el cargo. Como dice con claridad meridiana el
intermediario, “a la gente no le importa [que tú te beneficies ilícitamente] mientras hagas
cosas por el pueblo”.
No obstante, es evidente que por culpa de la corrupción, a la larga, “el pueblo” es
exactamente el que sale perjudicado. Estas “operaciones gordas” dejan un legado de
degradación medioambiental, estructuras de poca calidad y unas condiciones sociales
mucho peores.
Un ejemplo de esta hipocresía populista es el de Jesús Gil. Después de tantos años en
Marbella, donde renovó cuatro veces seguidas su mayoría absoluta; después de tanta
supuesta creación de riqueza y puestos de empleo, la población de Marbella se había
multiplicado por cuatro. Sin embargo, la realidad es que siguió teniendo un solo consultorio
médico, las mismas líneas de transporte público, y menos metros de jardines públicos por
habitante de las que tenía antes de Gil.[4] El mensaje es: “No vayas a joder al pueblo”, pero
realmente el pueblo acaba gravemente perjudicado por este tipo de comportamientos,
aunque en muchos casos tarde bastantes años en advertir las consecuencias del mal
gobierno y la corrupción.
5. El elemento quizás más preocupante de este imaginario es la transmisión de la idea de la
inevitabilidad de la corrupción, la idea de que el sistema político en la práctica “funciona así”.
Las reglas del juego son estas, y, por lo tanto, lo de cumplir con la legalidad parece ser lo
excepcional. Las leyes parecerían no ser más que un formal atrezzo para tranquilizar
conciencias, mientras que las verdaderas reglas del juego son las de los intercambios
corruptos.
La siguiente conversación es pública, tomada de una entrevista del reportero Luis Gómez en
El País en noviembre de 2010.[5] Es una de las pocas entrevistas que ha concedido Enrique
Ortiz, el promotor inmobiliario de Alicante que domina en torno al 80% del suelo urbanizable
en el término municipal, y que además es dueño del Hércules Club de Fútbol. También es
uno de los principales implicados en la Operación Brugal y protagonista de uno de los
capítulos del Caso Gürtel que afecta a la financiación irregular del Partido Popular en la
Comunidad Valenciana.
Luis Gómez: Y sus competidores están también convencidos de que recibe
trato de favor de los políticos.
Enrique Ortiz: Un político no te da la contrata, pero sí te la puede quitar. Las
cosas las tienen muy claras. He hecho muchos favores toda la vida a políticos
de todos los colores. Tienes que ganarte su confianza: si te piden que hagas una
obra porque la necesitan, la haces. Yo por Navidades, ya sé lo que me espera.
Que si hay que darle dinero a este equipo modesto. Y ahí está Ortiz. Que si hay
que ayudar a las fiestas. Y ahí está Ortiz. Que si a alguna asociación, que si hay
que construir una escuela de enfermería en el Sáhara. Y ahí está Ortiz. No se
trata de sobornar al alcalde. Si piensas que haces algo mal, te escondes y yo no
me escondo.
Gómez: Pero por las conversaciones y los informes de la Operación Brugal se
desprende que usted ha ido más lejos en los favores [...] Usted empleaba a
familiares de políticos.
Ortiz: Lo he hecho toda mi vida. Cómo le voy a decir que no a un político. Pero
no les he regalado el sueldo a esos familiares [...]
Gómez: O sea, que el favor al político está justificado.
Ortiz: Es el sistema. Yo no quería comprar el estadio del Hércules, por ejemplo.
Pero había una presión social, que se traslada a que el político te diga: “Tienes
que comprarlo.” Y luego digo pero hay que hacer un estadio nuevo, que no es
para mí, es para el Hércules, y propongo una operación para hacer uno nuevo,
con la permuta de unos terrenos. Es lo que han hecho todos los clubes de
España. Yo nunca haría una operación especulativa con el estadio.
Aunque Ortiz se desmarca del pago de sobornos, admite que este conglomerado de favores
a los políticos constituye “el sistema”. Es la manera de ganarse su confianza y, siendo así el
sistema, no hay manera de quedar al margen. Analicemos ahora un caso algo más
escabroso que vuelve a servir de ilustración del “esto funciona así”.
El 9 de junio de 2010, el periódico canario La Provincia desvelaba [13] que Jacinto Álvarez, el
exgerente de Urbaser en la isla de Lanzarote, llamaba a María Isabel Déniz, la exalcaldesa
de Arrecife, “la Trincona”. Álvarez está acusado [14] de efectuar pagos ilegales a la alcaldesa;
según él, con el visto bueno de sus superiores.
Urbaser es una enorme empresa[6] dedicada principalmente a la gestión de basuras, y
pertenece a ACS, la empresa de Florentino Pérez. El gerente reconoció que sobornaron a
(o que se dejaron extorsionar por) la alcaldesa, a cambio de la concesión a esta empresa
de la contrata de basuras del ayuntamiento de Arrecife, valorada en más de ocho millones
de euros a diez años vista.
De acuerdo con la información recogida por el diario regional, en un determinado momento
la exalcaldesa, cuya hermana era la viceconsejera de Justicia del gobierno autonómico en el
momento de saltar el escándalo, averigua que está siendo investigada por la Guardia Civil.
En ese momento, según publica La Provincia, avisa a Jacinto Álvarez de que están siendo
seguidos por la Guardia Civil y le pide que se deshaga de toda la documentación que pueda
comprometerles. El gerente de Urbaser coge toda la abundante documentación que tiene en
su oficina y la lleva a una nave que tenían en un barrio de Arrecife para esconderla. Pero la
Guardia Civil ya lo estaba siguiendo [14] y se hace con toda la documentación.
Entre la documentación que se le encuentra, aparece un cuaderno en el que había escrito un
“decálogo para tratar a la alcaldesa”. La norma número uno era darle siempre la razón.
Según las anotaciones de Álvarez y de acuerdo con su declaración ante la policía judicial, la
alcaldesa les pedía constantemente nuevos regalos: relojes, viajes para ella y su familia
(entre ellos un safari en África), etcétera.
Álvarez alegó que el pago de sobornos, superior a los 40.000 euros, se hizo con el
conocimiento de sus superiores. Naturalmente la empresa niega esta versión y despidió a
su gerente en cuanto fue imputado. Sin embargo, de acuerdo con la investigación de la
Operación Brugal esta misma empresa ha protagonizado al menos un caso muy parecido
en la concesión de una nueva contrata de basuras en la Vega Baja de Alicante,[7] por lo que
hay indicios suficientes para deducir que esta práctica podría constituir algo más que una
mera ocurrencia de gerentes sin escrúpulos.
La pregunta que cabe hacerse es cómo es posible que una empresa nacional tan potente no
denuncie este tipo de comportamientos, de solicitudes de cohechos, cuando se topa con
ellos en algunos municipios. Nuestra hipótesis es que esto se debe seguramente a que
trabajan con la misma clave que hemos visto antes con los concejales: si no lo haces, lo hará
otro. Cuando uno habla con empresarios de estos sectores, no resulta tan extraño escuchar
que los empleados de estas empresas digan que sus superiores lo sabían. Si tú no pagas
los sobornos, otros lo harán y además perderás la contrata. Por esto, quizás, no lo
denuncian. Porque también ellos parecen admitir que, al menos en algunos ayuntamientos,
“el sistema funciona así”.
Volvamos a la conversación de la isla canaria a la que nos hemos referido repetidamente.
En un determinado momento, el intermediario habla de otro promotor inmobiliario muy
conocido en la isla, pero al que no representa personalmente en este caso:
Intermediario: JF [promotor] es un tío que hay que reconocer que las cosas
cuando las hace, las hace bonitas.

Político: Sí, eso sí.
Intermediario: Bien hechas; por lo menos no es chapucero.
Político: Por lo menos no es chapucero.
Intermediario: Es un tío que lo hace bien y que queda bien.
Político: Se salta la ley con estilo.
Intermediario: Eso sí, se salta la ley con estilo, pero, coño, ya que se la va a
saltar alguien que se la salte él, que lo hace bien y deja siempre cosas bien
hechas, ¡coño!, cosas bonitas... Como yo sé que al final se la van a saltar,
prefiero que se la salte él a que no se la salte un basura que te hace una mierda,
un desastre y te deja encima mal.

De nuevo, la idea de la inevitabilidad de la corrupción: “Como yo sé que al final se la van a
saltar [la ley]”, mejor que se la salte un promotor que construye “cosas bonitas” y que no es
un chapucero. Al menos “se salta la ley con estilo”. Es más, este tipo de promotores hasta
“dejan bien” al político, ya que lo de menos parece ser cumplir la ley. Una constatación más
de este elemento del imaginario de la corrupción en nuestro país: las leyes no parecen ser
más que un adorno para estos personajes, las verdaderas reglas de juego no son las leyes
oficiales, sino las que regulan los intercambios corruptos. Un mensaje ciertamente
desolador.

II. ¿EN QUÉ GRADO ESTÁN EXTENDIDAS ESTAS ACTITUDES?
Para poder cuantificar y evaluar las implicaciones de estas actitudes de y hacia la
corrupción, es necesario investigar más allá de los actores principales. ¿Podemos pensar
que este tipo de actitudes, este imaginario de la corrupción, está generalmente extendido en
nuestra sociedad, entre los ciudadanos? Si esto es así, estaríamos ante una situación muy
complicada. ¿Necesitamos una revolución moral para combatir la corrupción en España?
En el país que inventó el género literario de la picaresca tendemos a pensar con frecuencia
que las actitudes que hemos presentado en la primera parte del trabajo están muy
enraizadas en nuestra sociedad. De hecho, en ocasiones hay algunos retazos de
información sociológica que parecen apuntar en esa línea. Nos vamos a limitar a presentar
solo algunos datos que podrían servir como evidencias de la extensión de este tipo de
actitudes entre los ciudadanos españoles.
Comencemos con una conversación entre trabajadores manuales de la Comunidad de
Madrid, de entre treinta y cuarenta y cinco años de edad, que tuvo lugar el 22 de noviembre
de 2006, cuando los escándalos de corrupción urbanística ya dominaban las portadas de los
medios de comunicación.[8]

D.: Yo lo que quiero dejar claro por mi parte es que da igual que sean unos u
otros, que lo que está claro es que el poder político es la herramienta para tener
el poder económico, para manejar la pasta y aquí se ha demostrado que eso es
así, son más o menos, y perdonad, clanes casi de mafiosos que se reparten el
territorio. Yo me apostaría el sueldo de un año a que no hay un ayuntamiento en
España, sea del partido que sea, al que no le saquen beneficio –da igual que
sea izquierda, o el que sea.
J.: Por eso no sale casi nada, porque en todos hay...
Como se observa en la cita anterior, el fragmento comienza con la típica expresión de
cinismo hacia el sistema político que cualquier científico social conocedor de la realidad
española esperaría: que todos los políticos, todos los partidos son iguales; que anteponen
sus intereses particulares a todo lo demás, y que eso los convierte a todos en corruptos, al
menos en potencia. La conversación prosigue:
D.: La lástima que tengo es no haber pensado esto con veinte años en lugar de
con treinta y nueve, porque ya me habría encargado yo de meterme en el rollo de
la política que ahora sería concejal.
J. C.: Es que es una mafia.
D.: Porque también como luego no te va a pasar nada y que por otro lado estas
cuatro años y luego a vivir, porque no conozco ningún político que al dejarlo se
haya tenido que ir de electricista o lo que fuera, de bancario o lo que fuera.
J. M.: Y que luego según está la ley, tampoco le pasa nada si...
D.: ...Es que entran con unos sueldos muy normalitos y a los seis meses ves que
tienen unos chalés, en unas urbanizaciones de no sé cuantos miles de euros, y
dices, pero bueno, es que yo soy tonto.
D. sorprende a sus compañeros al dar una vuelta de tuerca al habitual discurso sobre la
perversión de la clase política. No se queda solo en la consabida y omnipresente denuncia
de la corrupción de los políticos, de todos ellos, sino que añade lo que parece ser un
arrebato de sinceridad mucho menos habitual: la lástima es no haberse dado cuenta antes
de cómo eran las verdaderas reglas del juego político, la presencia de la corrupción, para
haber entrado él mismo en este juego ya que ahora estaría en una posición económica
mucho mejor. Aunque son unas palabras que sorprenden en un primer momento a sus
compañeros, hay que decir que estos acabaron asintiendo ante lo señalado por D.
Si dejamos de lado esta aproximación cualitativa y echamos un vistazo a las encuestas de
opinión, encontraremos también algunos datos igualmente preocupantes. En primer lugar, la
percepción de los españoles sobre la incidencia de la corrupción es realmente alarmante.
Sobre este particular poseemos una larga batería de datos, pero basta con la tabla 2 para
ilustrarlo.

Otros datos ahondan en esta no muy alentadora imagen. España exhibe una de las tasas
más bajas de confianza interpersonal generalizada de la UE-15, un factor que suele estar
correlacionado con el nivel de corrupción real: A mayores niveles de confianza social, menos
corrupción, y viceversa. El gráfico A recoge la distribución de la variable de la confianza
interpersonal según unos datos de diciembre de 2009.
Las percepciones de los españoles sobre la parcialidad o imparcialidad con la que
funcionan las principales instituciones de gobierno (tabla 3) apuntan también hacia una
preocupante sensación de que instituciones públicas clave como la justicia o la
administración tributaria no tratan por igual a todos los ciudadanos.
Así, según el CIS, siete de cada diez españoles se mostraban disconformes en 2009 con la
afirmación de que “el sistema judicial castiga a los culpables sin importar quiénes son”. De
acuerdo con otra encuesta de ASP para la Fundación de las Cajas de Ahorro (FUNCAS)
realizada en ese mismo año, tres de cada cuatro encuestados se mostraban muy o bastante
de acuerdo con la opinión de que “la gente acomodada recibe un trato fiscal claramente más
favorable que el que recibe el ciudadano medio”.
Esta baja confianza ciudadana constituye uno de los rasgos de la cultura política de los
españoles desde que se lleva a cabo este tipo de estudios en nuestro país. La gran mayoría
de españoles percibe que las instituciones públicas no tratan por igual a todos los
ciudadanos y asume que la corrupción abunda entre nuestros representantes y nuestros
gobiernos.
La visión negativa ciudadana sobre el funcionamiento parcial de las instituciones de
gobierno aparece no solo en las encuestas sino, como hemos visto, en buena parte de las
conversaciones grabadas por la policía en la persecución de delitos de corrupción. Una
constante afirmación sostiene que los intercambios corruptos son la forma normal de
proceder: que esto funciona así.

Como señalan Charron y Lapuente, cuando la percepción de la mayoría es que “el sistema
funciona así”, los actores invertirán tiempo y esfuerzo en el cultivo de los contactos sociales
adecuados para tener acceso a tales beneficios. En el caso español esta actitud parece
haber calado de forma considerable. Parece crear una especie de contagio y tiende a
deteriorar la capacidad de reacción con la que un sistema democrático debería perseguir y
castigar este tipo de actitudes.
Cuando en una encuesta realizada por Víctor Pérez Díaz para ASP por encargo de
FUNCAS en 2010 (ASP 10.048), se preguntó qué es lo más importante para llegar a ser
rico en la sociedad española, más del 56% respondió “tener buenos contactos y cultivarlos”,
casi el 20% eligió “tener suerte” y, significativamente, solo el 18% se inclinó por la opción
“tener buenas ideas y esforzarse en aplicarlas”. Estos últimos, según el imaginario de la
corrupción, serían probablemente los “gilipollas”.
Sin embargo, a pesar de la prevalencia de estas actitudes, no puede afirmarse que la
sociedad española esté particularmente inclinada a la corrupción. Los datos que tenemos
sobre la experiencia directa en el pago de sobornos a través del Barómetro Global de la
Corrupción de Transparencia Internacional son bastante sólidos en este sentido: aquellos
que dicen haber pagado un soborno en España nunca han superado el 5% de los
encuestados, por debajo de la media de los países de la UE.
Además, los escasos indicadores existentes sobre los comportamientos que los
ciudadanos consideran como corruptos no demuestran una tolerancia especial de los
españoles hacia la corrupción (tabla 4).

Ni siquiera cuando los encuestados son sometidos a un difícil dilema moral parecen
imponerse las respuestas menos adecuadas. A la pregunta “¿Qué frase refleja mejor su
opinión?”, la mayoría contestó: “Que los políticos cumplan siempre con las leyes, incluso si
eso les hiciera ser menos eficaces a la hora de resolver los problemas de los ciudadanos”
(CIS 2826, dic. 2009).
Por tanto, en el caso español, el problema coincide con lo sugerido por Charron y Lapuente.
No parece que lo importante aquí sean los valores morales de los ciudadanos. No parece
que una mayor incidencia de la corrupción en España con respecto a los países de nuestro
entorno pueda atribuirse a los valores de moral pública entre los españoles, sino a que las
expectativas que tienen los ciudadanos sobre el funcionamiento de las instituciones de
gobierno son altamente negativas.
Los españoles perciben una gran parcialidad en el funcionamiento de estas instituciones
con la consiguiente desigualdad de trato por parte de las mismas. Esta percepción genera
una actitud de cinismo hacia la política y los políticos que explicaría el recurso a
comportamientos típicamente clientelares, en los que el cultivo de los contactos adecuados
está por encima del esfuerzo individual para mejorar las condiciones de vida y el propio
estatus social.
Así, el desafecto hacia la política democrática evidente en los estudios de opinión, y su
reflejo en el comportamiento electoral (la facilidad con la que se descuentan a menudo las
denuncias de corrupción), serían fruto no tanto de una moral pública escasamente cívica,
sino más bien el producto de la distancia que perciben los ciudadanos entre su ideal
democrático (basado sobre todo en la idea de igualdad) y sus recelosas expectativas sobre
la realidad de la política democrática.
De este modo, dadas las bajas expectativas que tienen sobre el grado de ajuste de la
política real a su propio ideal de democracia, su reacción ante un escándalo (o una oleada
de escándalos) de corrupción es de “normalidad”. Los escándalos confirman sus
expectativas sobre los verdaderos motivos de los actores políticos (y el verdadero
funcionamiento de las instituciones políticas) y, por tanto, no son excepciones ante las que
haya que reaccionar para que todo vuelva a la “normalidad democrática”.

III. EL CÍRCULO VICIOSO
En este imaginario de la corrupción, el cargo público es percibido como “la llave” para
“trincar”; si no lo haces, “eres gilipollas”, y otros lo harán; y “además, no te va a pasar nada”.
Todo esto es anatema a la verdadera democracia.
Las tradicionales redes clientelares en España siguen patrones establecidos y
perfeccionados durante siglos de mala gobernanza que son difíciles de extirpar. Estas
redes, con sus “intermediarios”, funcionan a través de comportamientos que incluyen
intercambios corruptos en los que las decisiones políticas están ligadas a beneficios
económicos, y viceversa.
No obstante, la corrupción en España no constituye un caso excepcional ni en su forma ni en
su extensión. Spain is not very different. De hecho, el imaginario sigue pautas que encajan
en algoritmos defectuosos evidentes en muchas sociedades y países por todo el mundo.
Lo realmente lamentable es que la distancia que perciben los ciudadanos entre su ideal
democrático y la realidad existente, ese cinismo hacia la política democrática en España,
representa una peligrosa desconfianza generalizada en las instituciones y en la capacidad
de los sistemas de administración para resolver el problema de la corrupción. Es un círculo
vicioso de difícil arreglo.
Cuando no existe un sano equilibrio entre las administraciones, la sociedad civil y los
mercados, cuando los sistemas de control no funcionan adecuadamente, no puede haber
verdadera “normalidad democrática”.
Pero quizás lo más desalentador es lo que esto significa en términos de iniciativa individual,
de la percepción del esfuerzo personal, y por tanto, de la posibilidad de cambiar “el
sistema”. Mientras “esto” siga “siendo así”, mientras las reglas del juego no estén claramente
delineadas y sean iguales para todos, nada cambiará.
La lucha contra la corrupción en España requerirá cambios significativos en la cultura política
y también en la cultura empresarial. Como evidencian las encuestas, los ciudadanos
españoles no son especialmente propensos a la corrupción, no se trata de un problema de
moral pública. Se trata de un sistema de control y responsabilidad defectuoso.
Para sanear “el sistema” y eliminar el impacto de la corrupción sobre la vida social
española, se requerirá una acción global concertada entre todos los sectores sociales. Se
requerirá liderazgo político e institucional decisivo, responsable, y un llamamiento a un
movimiento social imparcial e inclusivo que abarque a las clases política, empresarial,
cultural y académica. Solo así estaremos en condiciones de romper el círculo vicioso. ~
La investigación en la que se basa este artículo ha sido posible gracias a la financiación del Ministerio de
Ciencia e Innovación a través del proyecto de investigación cso2008-03663/cpol.



[1]Cadena SER, 31 de marzo de 2006. La transcripción completa aquí [16].
[2]Folios 2.747-2.773 en el Tomo 8 del Sumario correspondiente a las Diligencias Previas 697/08 del Juzgado
de Primera Instancia e Instrucción, no 5 de Arrecife (Las Palmas).
[3]“Mal ejemplo”, El País, publicado el 3 de mayo de 2007.
[4]En 2007 (Jiménez, “El impacto de la corrupción en la democracia”, en J. Estefanía (ed.)Informe sobre la
democracia en España, pp. 243-244), uno de nosotros reflejaba así la situación urbanística que había dejado
Gil tras sus años de gobierno:
En cuanto al urbanismo, la situación está fuera de control. Unas cuantas pinceladas bastan para
retratarla: desde 1991 se han construido 60.000 nuevas viviendas, de las que cerca de la mitad
se encuentran en una situación de ilegalidad y solo trecientas fueron de protección oficial;
además, hay un enorme número de negocios y locales comerciales –superior a quinientos– que
carecen de las licencias necesarias para desarrollar su actividad; el suelo urbanizado ha crecido
desde el 38% de 1991 al 65% de los 114 kms2 del término municipal en la actualidad; solo
existen 2m2 de zona verde por cada vecino; por último, pese a que la población de hecho de
09/02/13 “Esto funciona así”: Anatomía de la corrupción en España
www.letraslibres.com/print/102284 20/20
Marbella ha crecido hasta los 250.000 habitantes de media anual, en todos estos años no se ha
construido ningún nuevo centro de salud, solo un colegio y la red de transporte público es
absolutamente raquítica.
[5]Suplemento Domingo, El País, 14 de noviembre de 2010 [17], p. 3.
[6]“Urbaser [18] obtuvo un volumen de negocio de 1.498 millones de euros en 2010 con una plantilla
especializada de más de 30.000 personas y con más de 160 compañías subsidiarias que forman el grupo.
Presta servicios a más de cincuenta millones de personas y está presente en cuatro continentes.”
[7]La Voz de Lanzarote, 12 de junio de 2010 [19].
[8]Esta conversación está entresacada de un grupo de discusión realizado en el marco del proyecto de
investigación “Voto racional y agenda mediática. Propuesta de seguimiento de la legislatura a través de grupos
experimentales”, dirigido por Fermín Bouza Álvarez y financiado por el Centro de Investigaciones Sociológicas
(CIS). El proyecto, del que uno de los autores formaba parte, tenía como objetivo analizar la manera en la que
los votantes procesan su decisión de voto a lo largo de una legislatura y, por tanto, no pretendía ningún
análisis de la corrupción.